A medida que noviembre llega a su fin y los gestores de portafolios finalizan su posicionamiento de cierre de año, la atención se desplaza hacia 2026. El próximo año presenta a los inversores un escenario marcado por el avance de la inteligencia artificial, las complejas situaciones fiscales en las economías desarrolladas y las dudas sobre si los mercados de renta variable podrán sostener su notable impulso.
La inteligencia artificial continúa transformando industrias, con las grandes empresas tecnológicas de Estados Unidos encaminadas a gastar 405 mil millones de dólares en infraestructura de IA en 2025, una aceleración dramática respecto a años anteriores. Sin embargo, este gasto sin precedentes plantea interrogantes sobre los retornos esperados y las dinámicas competitivas.
La composición del liderazgo en IA se vuelve cada vez más incierta. El dominio de Nvidia enfrenta desafíos crecientes a medida que los clientes de hiperescala diversifican sus proveedores de chips. Meta Platforms está en conversaciones para gastar miles de millones en chips de IA de Google, mientras que Anthropic acordó acceder hasta a un millón de TPUs de Google en un acuerdo valorado en decenas de miles de millones de dólares. Estos desarrollos reflejan una tendencia desafiante para los líderes actuales: los clientes buscan activamente alternativas para reducir la dependencia y controlar los costos. Aunque existen oportunidades en compañías como Alphabet y Meta Platforms, los inversores deben reconocer que un enorme despliegue de capital no garantiza retornos proporcionales. El mayor riesgo puede no ser tener poca exposición a la IA, sino pagar demasiado por empresas cuyas ventajas competitivas podrían resultar menos duraderas de lo anticipado.
La situación fiscal de las economías desarrolladas presenta dinámicas realmente preocupantes. La deuda nacional de Estados Unidos superó los 38 billones de dólares en octubre de 2025, con una relación deuda/PIB de aproximadamente 123%, muy por encima del pico posterior a la Segunda Guerra Mundial de 106%. Se proyecta que la deuda federal en manos del público aumente del 100% del PIB este año al 118% para 2035, con déficits promedio de 6.3% del PIB hasta 2055, más de una vez y media el promedio de los últimos cincuenta años.
Aunque las implicaciones inmediatas para el mercado siguen siendo moderadas, la complacencia no es algo que pueda ignorarse. La investigación sugiere que cada punto porcentual de aumento en la deuda como porcentaje del PIB eleva las tasas de interés de largo plazo en 3 puntos básicos, lo que implica que las tasas podrían subir más de 1.5 puntos porcentuales en treinta años si la deuda avanza según lo proyectado. Europa enfrenta desafíos similares, con aún menos flexibilidad fiscal, mientras que los vientos en contra estructurales derivados del dominio manufacturero chino dificultan las perspectivas de crecimiento.
Para la construcción de portafolios, este entorno exige cautela. Los bonos soberanos ofrecen protección defensiva, pero los rendimientos enfrentan presiones alcistas sostenidas. La trayectoria de deuda puede ser una preocupación de combustión lenta más que una crisis inmediata, pero limita la flexibilidad de política económica precisamente cuando podrían surgir desafíos futuros.
Las proyecciones de Wall Street para 2026 son mixtas. JPMorgan apunta a 7.500 para el S&P 500, con potencial al alza hasta 8.000, mientras que Morgan Stanley espera 7.800. Estas cifras implican retornos de entre 11% y 18%, lo que podría considerarse ambicioso dadas las incertidumbres actuales.
La geopolítica encabeza ahora la lista de riesgos económicos, mientras que 74% de los encuestados cree que los mercados están próximos a una corrección. Los inversores sofisticados asignan una probabilidad de 49% a una caída de entre 10% y 20%, y de 20% a correcciones superiores al 20%. Se espera que el crecimiento económico global se modere a 3.2% en 2026, frente a 3.3% este año, un telón de fondo poco propicio para expansiones agresivas de múltiplos.
El caso de inversión para 2026 se basa en pilares que algunos analistas consideran frágiles: ¿Impulsará la IA la productividad necesaria para sostener las ganancias? ¿Habrá suficiente crecimiento para justificar valoraciones elevadas? ¿La inflación caerá lo suficiente como para permitir nuevos recortes de tasas por parte de los bancos centrales? Estas son algunas de las preguntas clave que los gestores de inversión evalúan para 2026.
Las empresas mejor posicionadas combinan exposición al crecimiento estructural con valoraciones razonables y modelos de negocio probados. Sin embargo, las “valoraciones razonables” siguen siendo esquivas en acciones tecnológicas que incorporan supuestos agresivos de monetización de la IA. La calidad es esencial cuando las valoraciones ya reflejan escenarios optimistas.
El camino por delante parece más desafiante de lo que sugiere la valoración actual del mercado. Los retornos de dos dígitos requieren tanto crecimiento en ganancias como una expansión sostenida de múltiplos, una combinación exigente dadas las valoraciones elevadas y los crecientes vientos en contra macroeconómicos. Los inversores que tengan éxito en 2026 serán aquellos que mantengan la disciplina, eviten perseguir el impulso del mercado, diversifiquen sus portafolios y reconozcan que, a veces, la mejor decisión de inversión es la paciencia.
El año que viene requiere una evaluación clara y realista, más que extrapolar los éxitos recientes.
Seguí leyéndonos la próxima semana para ver la Parte Dos.
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