El oro ocupa una posición peculiar en la construcción de carteras modernas, ya que se descarta como una reliquia improductiva y, al mismo tiempo, se codicia como una cobertura esencial contra la incertidumbre. Warren Buffett ha ridiculizado públicamente este metal por su falta de utilidad, señalando que no genera flujo de caja, no paga dividendos y no contribuye en nada a la producción económica. Sin embargo, a pesar de esta convincente aritmética, el oro ha fascinado a la humanidad durante milenios y sigue atrayendo capital de inversores sofisticados y ahorradores comunes de todo el mundo.

Este atractivo perdurable revela algo profundo sobre la verdadera utilidad del oro: en un mundo de experimentación monetaria e inestabilidad geopolítica, la ausencia de riesgo de contraparte representa una característica más que una deficiencia. El uso práctico del oro no radica en lo que produce, sino en lo que preserva.

El antiguo atractivo que desafía la lógica moderna

La historia monetaria del oro se remonta a más de 5000 años, antes incluso de la aparición del lenguaje escrito y los mercados financieros organizados. Los antiguos lidios acuñaron las primeras monedas de oro alrededor del año 600 a. C. porque el oro poseía características que otros productos básicos no podían replicar: escasez, durabilidad, divisibilidad y reconocimiento universal.

Lo más sorprendente es lo poco que ha cambiado este cálculo a pesar de los avances tecnológicos. El oro sigue siendo escaso, con una producción mundial que crece aproximadamente un 1,5 % anual, mientras que el crecimiento de la oferta monetaria lo supera habitualmente por un múltiplo. Sigue siendo indestructible, ya que prácticamente todo el oro extraído sigue existiendo. Sigue siendo universalmente líquido, negociable en todas partes sin necesidad de lenguaje, sistemas jurídicos o infraestructura tecnológica. Estas propiedades explican por qué los bancos centrales siguen acumulando reservas de oro al ritmo más rápido en décadas.

La realidad del refugio seguro

La designación del oro como «activo refugio» revela una realidad más matizada de lo que sugieren las simples estadísticas de correlación. El oro desempeña su función protectora de forma más fiable durante los períodos de devaluación monetaria, agitación geopolítica y tensión financiera sistémica. La estanflación de la década de 1970 provocó que el oro se apreciara de 35 a más de 800 dólares por onza, mientras la inflación devastaba el poder adquisitivo. La crisis financiera de 2008 desencadenó una subida sostenida, ya que los bancos centrales aplicaron estímulos monetarios sin precedentes. Más recientemente, el oro alcanzó nuevos máximos históricos al dispararse la deuda pública y recrudecerse las tensiones geopolíticas.

Este patrón revela la característica esencial del oro: sirve como seguro contra el desorden monetario y político, más que contra la volatilidad genérica del mercado. Cuando las correcciones se deben al temor por la estabilidad monetaria, la sostenibilidad de la deuda soberana o los conflictos geopolíticos, el oro tiende a cumplir su función protectora.

La crítica de Buffett y la falacia de la productividad

La crítica de Warren Buffett merece una seria consideración. Su argumento es económicamente sólido: los activos productivos, como las empresas y las tierras agrícolas, generan flujos de efectivo que se acumulan con el tiempo, mientras que el oro permanece inerte. Un dólar invertido en el S&P 500 en 1980 habría crecido hasta alcanzar aproximadamente 75 dólares en 2024, mientras que el mismo dólar invertido en oro habría alcanzado quizás 45 dólares.

Sin embargo, esta comparación comete un error de categoría. El oro no está destinado a maximizar los rendimientos, sino a minimizar ciertos riesgos. La comparación relevante no es entre el oro y las acciones durante un período de 40 años de relativa estabilidad monetaria, sino más bien el rendimiento del oro durante los períodos en los que la protección de la cartera resulta más valiosa. Durante la crisis financiera de 2008, mientras que el S&P 500 cayó más del 50 %, el oro se apreció. Durante la estanflación de la década de 1970, mientras que las acciones ofrecieron rendimientos prácticamente planos, el oro se multiplicó por veinte.

La utilidad práctica que Buffett descarta se manifiesta precisamente cuando sus activos productivos preferidos se enfrentan a retos existenciales. Cuando las monedas se desploman, el oro conserva el poder adquisitivo. Cuando los gobiernos incumplen sus obligaciones, el oro mantiene su valor. No se trata de una abstracción teórica, sino de una realidad práctica demostrada a lo largo de la historia moderna.

El oro como reducción del riesgo de la cartera

El argumento a favor del oro no se basa en maximizar los rendimientos, sino en modificar el riesgo de la cartera de formas que la diversificación tradicional no puede replicar. Una cartera convencional de acciones y bonos proporciona diversificación dentro de los activos en papel, todos ellos expuestos a la política monetaria y a la estabilidad del sistema financiero. El oro introduce un activo con factores de rendimiento fundamentalmente diferentes, que se beneficia de las condiciones que amenazan a las carteras tradicionales.

El oro proporciona liquidez durante las crisis, cuando otros mercados se paralizan. No requiere ninguna contraparte para cumplir con sus obligaciones. No se enfrenta a ningún riesgo de quiebra, refinanciación o regulación. Estas características se vuelven inestimables durante los eventos extremos, cuando la diversificación falla y las correlaciones aumentan.

El atractivo del oro a lo largo de milenios proviene de una utilidad que trasciende el marco de productividad de Buffett. Ofrece algo cada vez más raro: un activo sin riesgo de contraparte, sin riesgo político y sin dependencia existencial de sistemas financieros complejos. La pregunta para los inversores no es si el oro produce flujos de efectivo, sino si sus carteras tienen debidamente en cuenta los escenarios en los que los activos en papel y las promesas institucionales resultan insuficientes.

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