El año pasado los mercados de renta variable subieron con fuerza en todo el mundo. Este año también ha comenzado muy positivamente, con una subida de la renta variable mundial en USD del +8% en lo que va de año. La economía de EE. UU. sigue siendo sólida, con la inflación en gran medida bajo control, mientras que Europa y China están mostrando brotes verdes de una mejora económica este año. Esto parece y huele a un ciclo de mercado alcista de renta variable que empieza a ponerse en marcha. Entonces, ¿por qué hay tan pocos dispuestos a adoptar este punto de vista?

Esta reticencia podría atribuirse a la resaca psicológica colectiva de los recientes acontecimientos tumultuosos, sobre todo la pandemia y los subsiguientes sustos inflacionistas. Los inversores, al igual que las personas que sufren el síndrome de Estocolmo, han desarrollado un apego paradójico a la negatividad y el pesimismo generados por estas crisis, lo que les impide reconocer o aceptar las señales positivas que surgen en el mercado.

El síndrome de Estocolmo, identificado originalmente en rehenes que desarrollaban un vínculo psicológico con sus captores, puede describir metafóricamente la relación entre los inversores y las recientes condiciones del mercado bajista en 2020 y 2022.

La exposición prolongada a la volatilidad de los mercados, las previsiones económicas catastróficas, los efectos tangibles de la pandemia y la inflación han engendrado una forma de disonancia cognitiva. Los inversores, acostumbrados a prepararse para lo peor, podrían ahora tener dificultades para cambiar de mentalidad y reconocer un floreciente mercado alcista.

El inicio de la pandemia fue un acontecimiento de cisne negro que desencadenó perturbaciones económicas mundiales sin precedentes, provocando una fuerte caída de los mercados. Este período estuvo marcado por una gran incertidumbre, miedo y una sensación generalizada de fatalidad, que los inversores tuvieron que sortear. Los posteriores sustos inflacionistas, alimentados por estímulos fiscales masivos y la interrupción de las cadenas de suministro, afianzaron aún más el sentimiento bajista del mercado. Estas crisis consecutivas no solo han marcado la psique de los inversores, sino que también han reconfigurado las estrategias de inversión, con un mayor énfasis en la aversión al riesgo y la preservación del capital.

Tras estos acontecimientos, el mercado ha mostrado resistencia y señales de una sólida recuperación, indicativa de un nuevo ciclo alcista. Esto incluye sólidos informes de beneficios empresariales, un repunte del gasto de los consumidores y mejoras en las tasas de empleo. Sin embargo, la huella psicológica dejada por el pasado reciente sigue siendo potente. Los inversores, condicionados a esperar caídas repentinas y dificultades económicas, podrían estar pasando por alto estos indicadores positivos, ya que sus percepciones se ven empañadas por el miedo residual a la inestabilidad.

Esta reticencia a aceptar el potencial de un nuevo mercado alcista también podría verse reforzada por una narrativa mediática omnipresente que sigue centrándose en los riesgos y la incertidumbre, haciéndose eco del trauma de los últimos años. Estas narrativas pueden perpetuar la reticencia colectiva a reconocer el cambio de tendencia, ya que mantienen frescos en la mente de los inversores el trauma y el miedo de las recientes caídas del mercado.

Además, el concepto de “el que se quema con leche ve una vaca y llora” es especialmente pertinente en este caso. Tras haber pasado por graves turbulencias bursátiles, los inversores pueden mostrarse excesivamente cautos, interpretando con escepticismo cualquier positivismo del mercado. Esta cautela, aunque protectora, también puede cegarles ante la realidad de un mercado en alza, lo que les lleva a perder oportunidades y a no recalibrar sus estrategias de inversión en consonancia con un mercado alcista floreciente.

La psique colectiva de los inversores, todavía marcada por las cicatrices de los sustos de la pandemia y la inflación, podría estar experimentando una forma de síndrome de Estocolmo, en la que el miedo a volver a un estado de crisis eclipsa la evaluación racional de las condiciones actuales del mercado.

Reconocer y superar esta barrera psicológica es crucial para que los inversores se alineen con la realidad del mercado y aprovechen las oportunidades de un nuevo ciclo alcista.

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