Las fuerzas subyacentes de la transformación de la tecnología, las sociedades y las economías pueden, a veces, acelerarse drásticamente por acontecimientos inesperados.

Las dos guerras mundiales aceleraron increíbles cambios sociales (el sufragio femenino, el estado del bienestar, el multilateralismo) y tecnológicos (vuelos a motor, computadoras, armas nucleares) en menos de 30 años. Si miramos más atrás, se considera que la peste que asoló Europa en el siglo XIV provocó la aparición de la “clase media” y allanó el camino de la modernización del continente.

Es probable que estos cambios se hubieran producido de todos modos, pero fueron acontecimientos importantes e inesperados los que actuaron para acelerarlos. Seríamos tontos si pensáramos que “ahora es diferente”.

Todos hemos sido testigos de una década de cambios tecnológicos en la medicina genética y el desarrollo de vacunas en cuestión de meses en respuesta a la pandemia de COVID-19. Aunque tendremos que esperar un poco más para ver si las implicaciones sociales serán grandes.

Esto nos lleva al último gran acontecimiento mundial y sus implicaciones. Los eventos en curso en Ucrania son prácticamente imposibles de predecir sobre el terreno, pero podemos predecir qué cambios estructurales pueden acelerarse.

La mayor implicación es, por lejos, la de la energía. El origen de la energía de una civilización es fundamental para su éxito o fracaso, para su progreso y crecimiento. La antigua Roma dependía de la madera, los animales y los seres humanos para generar la energía que necesitaba, al igual que cualquier otra civilización anterior o posterior, hasta que dos mil años después alguien en el oeste de Inglaterra inventó la máquina de vapor.

El mayor avance de la civilización de los siglos XIX y XX fue dejar de depender de los seres humanos, los animales y la madera, y pasar a fuentes de energía cada vez más densas, primero con el carbón, después con el petróleo crudo y el gas natural y finalmente con el uranio, que es 240.000 veces más denso energéticamente que la madera y 89.000 veces más denso energéticamente que el petróleo crudo. Para poner en contexto la densidad energética del uranio, el peso de la gasolina que se necesitaría para mover un auto 20 metros tendría, si fuera el mismo peso del uranio, suficiente energía almacenada para mover el mismo auto 1.625 kilómetros.

En los últimos 20 años, el mundo industrializado ha ido abandonando los combustibles fósiles y recurriendo a fuentes de energía renovables y con menos emisiones de carbono. La energía eólica, la solar, la hidráulica y, en algunos casos, la nuclear son el futuro, nos decían los políticos. Y tenían razón, salvo que el progreso ha sido insoportablemente lento.

Incluso hoy, tras décadas de inversión, las energías renovables representan menos del 3% de la producción energética mundial. La energía nuclear ha tenido un poco más de éxito, pero incluso así, la combinación total de energía sin carbono a nivel mundial sigue siendo inferior al 15% (los combustibles fósiles representan el 85% restante).

Entra en escena Vladimir Putin y su mal planificada invasión de Ucrania. En cuestión de días, la mayor parte del mundo industrializado se ha comprometido a un cambio radical de toda su infraestructura energética.

Las energías renovables ya no parecen una buena idea porque tenemos que limitar el aumento de la temperatura para 2050. Son una buena idea porque Europa y Estados Unidos necesitan seguridad energética hoy. Lo mismo ocurre con la energía nuclear, el héroe no querido de la producción de energía baja en carbono, que ahora vuelve a estar de moda (incluso en algunos círculos políticos de Alemania).

Los cambios drásticos crean riesgos y oportunidades de inversión. La exposición a los sectores y empresas que deberían beneficiarse de una aceleración de la transición energética ofrece a los inversores una exposición a largo plazo a lo que, en términos históricos, es una rara oportunidad de beneficiarse de un cambio radicalmente acelerado.

¡No se lo pierda!

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